El perro peludo llamado Óscar había sido abandonado por su familia cuando era solo un cachorro. Con el pasar de los años, su aspecto había cambiado y con él su autoestima. La desgastada piel y las cicatrices en su cuerpo lo hacían sentir cohibido e incomprendido por los demás perros que veía en el parque.

Un día, mientras buscaba algo para alimentarse en un basurero cercano, unos humanos crueles se acercaron a él con intenciones malévolas. Lo golpearon brutalmente, dejándolo herido y temblando de miedo. Óscar sabía que debía escapar si quería sobrevivir.

Cojeando, Óscar se arrastró hacia las calles, tratando de no ser visto por los humanos. Fue entonces cuando vio una llanta carcomida por el tiempo en un rincón del callejón. Sin pensarlo dos veces, se arrastró dentro de ella y rodó cuesta abajo, alejándose de sus agresores y de aquel lugar donde la vida parecía no tener sentido.

A medida que la llanta rebotaba por las calles polvorientas, Óscar se sintió liberado. A pesar de su feo aspecto y de las heridas en su cuerpo, encontró la fuerza para seguir luchando por su supervivencia. En ese momento, comprendió que su alma valía más que cualquier cicatriz. La valentía y la determinación que habitaban en su interior lo guiaron hacia un futuro incierto, pero lleno de esperanza y posibilidades.

Óscar era un perro feo a los ojos del mundo, pero en su corazón ardía la llama de la supervivencia y la dignidad. Ese día, se prometió a sí mismo que nunca más permitiría que alguien lo hiciera sentir cohibido por su apariencia. En su lucha incesante por vivir, descubrió que su verdadera belleza residía en su capacidad de resistir, de seguir adelante a pesar de las adversidades.

Y así, Óscar siguió rodando en la vieja llanta, con la esperanza de encontrar un nuevo hogar donde su feo aspecto no fuera un impedimento para ser amado y valorado como se merecía. Su historia era la de un perro valiente que, a pesar de todo, nunca renunció a la vida y a la posibilidad de encontrar la felicidad.